Luz tras la mirilla

Recuerdo que percibía la luz tras la mirilla. Sin pensarlo, decidí asomarme. Por un momento, perdí la visión ante tanta claridad y grité al sentir cómo la piel de la cara y las manos se me quemaban. Solo el frío aliento de la muerte me hacía sentir viva.

Había sido siempre así, buscando la adrenalina de mirar a los ojos al abismo. Eso me había hecho saltar desde los Pirineos, sumergirme en el Pozo de Jacob, conocer a Ernesto… Pero también visitar aquella cueva de murciélagos del Yucatán puesta de setas.

Lo siguiente que recordaba es que estaba allí, en el motel, junto al cadáver devorado de mi perro. Aquellas náuseas, el terror asfixiante al notar la sangre en mis manos. Esos son recuerdos que no se borran.

Volví a notarme ausente, perdida, era como si obtener sangre me devolviese la consciencia. Pero los restos de mi perro estaban secos y aún quedaban muchas horas de sol.

¿Me arrepentía de la vida que había llevado? sigo sin estar segura. Arrepentirse significaría que hubiese hecho las cosas de otra manera sabiendo el resultado ¿no? A eso sí se la respuesta: No. Me hubiese perdido tantas cosas y nunca habría amado a Ernesto.

Pero escuché sus nudillos contra la puerta con una agudeza que me punzaba el corazón.

Y el estómago.

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